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miércoles, 1 de octubre de 2025

Antonio Zepeda - Templo Mayor -Música con instrumentos prehispánicos-

Artista: Antonio Zepeda
Álbum: Templo Mayor -Música con instrumentos prehispánicos-
Año: 1982
Género: Prehispánica
País: México
Fuente de análisis: 2 x LP original (1982), Olinkan [LP-001] 

Lista de canciones:

- DISCO 1.

LADO A

1. El nacimiento de Huitzilopochtli
2. Aves nocturnas
3. Feliz
4. Flor blanca

LADO B

5. El reposo del jaguar
6. Lago entre montañas
7. Danzando en el Templo Mayor
8. El colibrí zurdo

- DISCO 2.

LADO A

1. Caminata
2. El sendero
3. En busca del águila
4. Aves siniestras
5. El ataque de las 400 estrellas y la luna

LADO B

6. Olinkan, lugar de movimiento
7. La gruta del sonido
8. Desde donde se posan las águilas
9. Mareas interiores


Instrumentos:
Flautas prehispánicas de barro
Ocarinas y silbatos prehispánicos
Flautas indígenas de carrizo
Caracolas del mar caribe
Teponaztlis zapotecas de bambú Teponaztlis otomies y nahuas de madera
Caparazones de tortuga
Tambores tarahumaras (rampola)
Tambores mayas guatemaltecos
Tambor tigrero (rugidor)
Huehuetl nahua
Cántaros de Puebla y Oaxaca
Palos de lluvia (chictli)
Coyollis de danza conchera
Tenabaris de capullo de mariposa
Cascabeles mayas de bronce
Campanas de barro negro (esquilas)
Campanas coloniales de metal
Raspador de madera
Sonajas tarahumaras de corteza de árbol
Sonajas "Danza de La Pluma" de hojalata Sonajas de vainas, guaje y hueso

Producción y dirección musical: Antonio Zepeda.
Ingenieros de Grabación y Mezcla: Roberto Martínez, *David Baksht


Sobre el disco (de las notas del mismo):

En tiempos anteriores a la invasión española del siglo XVI, nuestro continente vio nacer y vivir a un gran número de culturas ricas en arte, ciencia y religión. La grandeza de este pasado es de todos conocida; la arqueología nos ha mostrado el creativo mundo de las civilizaciones ancestrales desenterrando sus invaluables vestigios y la etnografía ha escrito la crónica de los coloridos descendientes de estas civilizaciones, rescatando del olvido los mitos y costumbres del mundo indígena contemporáneo. En estas fuentes de exquisita y brutal belleza se nutre la obra de Antonio Zepeda, quien guiado por el espíritu mágico-religioso de las antiguas culturas meso-americanas y la fuerte expresividad de las etnias mexicanas, reaviva la tradición musical con instrumentos prehispánicos, después de cuatro siglos de silencio.

En su obra encuentran cabida todos los elementos del arte mexicano; el culto a la naturaleza, la solemnidad del ritual, los metafísicos habitantes del infra-mundo, la complejidad y la inocencia de la estética india, el gusto por el orden geométrico, la búsqueda de la perfección aunada a la espontaneidad, el luminoso espacio de la divinidad...

La música de Zepeda genera ambientes y crea situaciones evocativas, recrea una dimensión de sensaciones casi olvidadas, revive el mundo espiritual del músico prehispánico. En su música podemos escuchar el insondable universo sonoro que representa a los dioses del panteón prehispánico, el sonido de aquellos sitios donde el tiempo no existe, el misterioso ulular de las aves nocturnas, las enigmáticas voces del culto a los muertos, el hipnótico poder del trance espiritual, la exaltada percusión de los pueblos guerreros, el profético canto del chamán, el hierático sonido de los tambores rituales, los embriagadores ritmos de la gran celebración, el rugido del jaguar, el grito del águila, el canto de los pájaros en un florido sendero, el aleteo de las aves sagradas, el crepitar de la hojarasca, la inocente melodiosidad de las flautas de carrizo y la subyugante armonía de las anti-guas ocarinas de barro.

La vocación musical de Zepeda se inicia con el baile desde muy temprana edad y se continúa en el canto cuando forma parte de un coro infantil que interpreta las grandes obras de la liturgia cristiana. Durante su adolescencia, se dedica profesionalmente al baile popular y complementa su educación artística practicando durante algunos años pantomima, dibujo y actuación. En esa época, inicia sus estudios de arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México y posterior-mente estudia teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución.

Siendo aún adolescente sus manos descubren el placer de la percusión y por medio del folklorista Víctor Fosado, el destino se encarga de poner a su alcance el sonido de los instrumentos prehispánicos. En 1967 da su primer concierto con instrumentos mexicanos y comienza su propia colección; durante varios años comparte sus actividades musicales con las de diseñador en diferentes ciudades del mundo: México, San Francisco, Washington, Nueva York, París, Amsterdam, Londres, Estocolmo y Copenhague. En la década de los setentas define su estilo musical y amplía su colección de instrumentos al interesarse en el folklore asiático y africano.

A partir de 1975 se entrega a la música por completo y en Nueva York, ciudad a la que le dedica seis años de su vida, actúa al lado de connotados músicos de free-jazz y expande su potencial expresivo al integrar el grupo Astracarnaval con notables especialistas de la percusión brasileña y caribeña. Graba programas especiales para la BBC de Inglaterra, CBS de Estados Unidos, CBC de Canadá, WDR de Alemania y ORTF de Francia.

Regresa a México en 1978 y viaja por comunidades indígenas en busca de músicos para organizar el Primer Festival Nacional de Música Autóctona en marzo de 1979, en el Museo Nacional de Antropología. Desde entonces vive en México realizando música para documentales etnográficos y arqueológicos, al tiempo que re-corre el país efectuando giras didácticas que lo llevan desde el ámbito escolar hasta los centros ceremoniales de las comunidades indígenas. A lo largo de esta exhaustiva labor en algunos casos de ciento cincuenta conciertos al año su música también es escuchada en sedes arqueológicas, museos, casas de cultura y espectáculos de "Luz y Sonido".

Durante el período 1981-82, se muda a Oaxaca y produce para Televisión de la República Mexicana diecinueve documentales educativos en donde se muestran las costumbres, el idioma y la estética de los grupos étnicos aposentados en el Estado de Oaxaca.

En diciembre de 1982 funda su propia compañía disquera, Olinkan (lugar de Movimiento), y edita Templo Mayor, donde compila grabaciones realizadas para el documental Coyolxauqui (1979) y los espectáculos "Luz y sonido en La Venta, Tabasco" (1980) y "Luz y sonido en el Templo Mayor" (1982). La música de Templo Mayor fue compuesta e interpretada por Antonio Zepeda con instrumentos pertenecientes a las antiguas culturas mesoamericanas e instrumentos tradicionales de los grupos étnicos que pueblan el paisaje mexicano.

- El mundo espiritual del músico prehispánico (por Antonio Zepeda):

En las culturas precolombinas la música tuvo una dimensión sagrada, los instrumentos mismos estaban pensados para comunicar lo mortal con lo eterno: el caracol, la flauta, el huehuetl y el teponaztli, eran voces cuyo origen se atribuía a los dioses. Los instrumentos habían llegado del mundo de las deidades pare alegrar el mundo de lo perecedero.

Esta concepción divinizada del arte musical nos aclara porqué, a pesar de que la música siempre ha tenido como móvil inicial su propia existencia, en los tiempos prehispánicos habitualmente tenía un propósito, una misión que cumplir, se creía que la música tenía tal poder que era capaz de actuar sobre personas, situaciones y lugares. La tares fundamental del músico era alcanzar el objetivo que tenía en mente cuando tocada y la música representaba el medio a través del cual podía lograr ese objetivo.

Los instrumentos prehispánicos tenían símbolos esculpidos cuya forma contenía un mensaje, imágenes que representaban entidades divinas, hechos históricos, animales míticos, músicos, acróbatas y personajes de la antigüedad.

Muchos silbatos estaban diseñados para colgarse al cuello, ya que las personas podían traer consigo el instrumento que las protegía o que les correspondía por sus características sonoras en relación e la fecha de su nacimiento. No olvidemos que de acuerdo con esta fecha cada persona tenía un sino marcado que, en una sociedad tan normativa como la prehispánica, le dotaba de antemano con una forma de actuar, pensar y sentir.

El sonido protector de cada individuo se establecía de acuerdo a sus correspondientes dioses tutelares y sus necesidades espirituales podían ser satisfechas al acudir a los dioses por medio de flautas, tambores, sonajas u ocarinas.

Existieron instrumentos que al ser tocados durante el parto bendecían el nacimiento, otros se utilizaban para propiciar el sustento o adquirir fuerza espiritual, algunos servían para recordar le existencia de un dios, honrar a los muertos, limpiar los intersticios de la mente o devenir entidad animal. Había también aquellos que tenían como fin centrar el espacio circundante y proteger el sitio de temblores. Había otros cuyo uso era más sencillo, éstos servían para avisar que llovería, dar le hora, mandar señales en la guerra o acompañar un poema amoroso.

La música en el pasado tuvo infinitos usos, pero esto no invalidó el sentido de placer y juego que por principio le es intrínseco, recordemos la característica alegría de las culturas del Golfo y las culturas de Occidente. La música de los juegos colectivos y la que se tocaba en la intimidad, tenía como principio expresar la satisfacción de existir, el gusto comunal que el juego tiene y la sensación de bienestar que el músico recibe cuando toca pura sí mismo.

En la música prehispánica se fusionaban las marcadas normas de la tradición con la influencia musical que se produjo a partir de la audición deliberada de los sonidos naturales. Esta práctica era importante para experimentar y comprender el ritmo de la naturaleza. El canto de las aves, el ulular del viento, la respiración del mar, el juego sonoro de las hojas frotándose entre sí, el chocar de las piedras dentro del agua, el sonido de la lluvia y las incesantes voces de los insectos, fueron algunos de los motivos que influyeron y conformaron el sonido prehispánico.

Se construyeron flautas para ser tocadas por el viento y silbatos que semejaban la voz de la tormenta, se hicieron ocarinas que trinaban como pájaro o chirriaban como insecto, reprodujeron el sonido de las aves nocturnas y usaron capullos de mariposa para fabricar sonajas de finísimos matices. Se le tocaba al mar y se escuchaba la música que de éste provenía, se aprendía a respirar con el oleaje, a sentir el ritmo de las respiraciones marinas; el constante juego de los descansos y las tensiones con los pausas y descargas de los oleajes moviéndose en eterna sucesión de golpes de agua.

La observación religiosa de la naturaleza fue la clave de un pensamiento místico-científico que creía que los elementos naturales existían para ser entendidos, comandados y obedecidos. El horizonte estaba poblado de divinidades y la naturaleza tenía un lenguaje cuyos signos eran interpretados paras comunicarse con ella. Había una lección implícita en los movimientos y actitudes de los animales, el color y la forma de las plantas poseía un mensaje, eran inteligibles el canto de las aves y la forma de las nubes.

Este mezcla de religión, arte, ciencia y superstición, creaba en el artista prehispánico un sentimiento de fe y un espíritu de percepción tal, que lo inducían a ser el medio de captación de ese lenguaje del paisaje. El músico se fusionaba con el ambiente para permitirle a la naturaleza expresarse a través de él, la música emergía de las cosas al creer en ellas y el paisaje hablaba mediante los instrumentos.

El músico también sensibilizaba su cuerpo por medio de la danza y la prontitud guerrera que inevitablemente había que tener en aquellos tiempos. La prestancia física le hizo percatarse de que cada sonido tiene un lugar dentro del cuerpo y que la música puede influir positiva o negativamente sobre ciertas áreas del organismo. Descubrió que para lograr ciertos fines debía tocarse el instrumento adecuado y observó que al ubicar el sonido en el punto correcto, la concentración de fuerza interna producía una captación de imágenes a manera de visiones; formas de luz y color que el artista es capaz de percibir en el momento de la creación. Recordemos que el músico del antiguo México, era educado para ser mensajero y receptáculo de la expresión divina.

Este avanzado desarrollo espiritual llevó al compositor prehispánico a percibir las posibilidades curativas de la música y percatarse del daño que podían causar ciertos sonidos. Se concibieron instrumentos que tenían como propósito afectar al cuerpo y al ambiente, sus voces armonizaban el alumbramiento, creaban un halo de protección en torno a un lugar, centraban el espacio para construir, limpiaban el cerebro de ruidos y perturbaciones, propiciaban la comunicación entre los vivos y los muertos... pero también, podía usarse la música para forzar nefastamente el destino provocando confusión y debilidad en el ser interno de la gente; generando tristeza, produciendo enfermedades y propiciando la muerte o la pérdida del alma, entre otros usos.

Cuando el objetivo era el contacto con los dioses, el músico abría su ser para que las entidades conjuradas acudieran y cantaran a través de él y sus instrumentos, cuando se intentaba recibir el poder sobrenatural atribuido a ciertos animales divinizados, el artista introyectaba las cualidades mágicas que éstos poseían fundiéndose en su naturaleza; cuando le creación musical tenía fines malignos, se buscaba entre los dioses del inframundo la fuerza para dañar y se dirigían con el pensamiento y el sonido los turbulentos designios. En este mundo envuelto en misterios y deidades, las prácticas mágico-religiosas formaban parte de la vida diaria y cada dios tenía su música y sus instrumentos.

En el México actual, sólo algunos grupos étnicos practicas ceremonias curativas con ayuda de la música, estas etnias se encuentran aisladas en lugares remotos de nuestro país: Tarahumaras, Huicholes, Mayos, Yaquis, Coras, Lacandones, Tzotziles, Tzeltales y Mazatecos, son algunos de los grupos que aún practican rituales curativos con voces e instrumentos musicales.

Los insistentes golpes del tambor huichol, el sonoro fluir de la sonaja y los hipnóticos cantos del maraakane (curandera/cantador), son al eco de lo que eran las ceremonias curativas de la antigüedad. La rítmica cadencia de la música mareña nos sugiere el clima que permeaba las ancestrales danzas de la fertilidad. El bienestar y la inocencia que emana de la flauta de los actuales totonacas, nos recuerda la fresca sencillez de los sonrientes rostros de sus antepasados. La dulzura de las pirecuas purépechas es reminisciente de la melodiocidad encontrada en las ocarinas tarascas. La música para danzas de los concheros nahuas, nos acerca a las composiciones prehispánicas cuyos acentos producían la exaltación guerrera.

Pero estas reminiscencias son sólo un eco distante de ese mundo que ya no está con nosotros y del que nos habla el poeta huichol diciendo... "Mis pasos, mi voz, mi canto y mi vida han quedado atrás. Todo se ha convertido en un ayer sin principio".

1 comentario:

  1. FLAC(LP): https://thinfi.com/0kbj1
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    HD(pt.1): https://thinfi.com/0kbj2
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